Por Carlos Bustos Schindler

En Chile central el fuego es un proceso natural común, tanto como en todas las regiones de clima mediterráneo (Montenegro et al. 2002). Un factor de gran importancia en el aumento de la frecuencia de incendios en estas regiones, es el impacto antropogénico al despejar vegetación nativa para el desarrollo de agricultura (Aravena et al. 2002, Montenegro et al. 2007).
Los bosques de Austrocedrus chilensis [(D. Don) Pic. Ser. et Bizz.] (ciprés de la cordillera) pertenecen a los ecosistemas meditarráneos afectados por estos incendios. Esta especie presenta la distribución más septentrional de las coníferas del cono sur de Sudamérica (11º), ocupando preferentemente ambientes andinos en sustrato rocoso, por lo que es considerada una especie rústica adaptada para crecer en ambientes xéricos (Le Quesne 1988). Además, Austrocedrus presenta anillos anuales definidos y se ha empleado en la reconstrucción de historias de incendio, principalmente en la parte norte de la Patagonia argentina (Kitzberger et al. 1997, Veblen et al. 1999, Veblen y Kitzberger 2002) y recientemente en Chile central por Aravena et al. (2002).

La cuenca andina del río Cachapoal ha sido elegida como zona de estudio, ya que no sólo posee antecedentes de eventos de incendios (Le Quesne et al. 1999), sino que también una documentación histórica extensa. Desde hace más de 9.000 años Chile central ha sido testigo de la presencia humana. Los cazadores recolectores del Holoceno temprano (Arcaico temprano), probablemente hayan conocido el lugar cuando el derretimiento de los hielos permitió que grandes extensiones de terreno pudieran ser ocupados por el ser humano (Falabella 1994). A partir del Holoceno medio, los grupos humanos que frecuentaron la cordillera generaron sistemas de caza y recolección complementarios, derribando fronteras y generando los primeros contactos trasandinos por diferentes lugares de esta cuenca, entre los cuales pudo haberse empleado el conocido paso de Las Leñas (Falabella 1994, Arrué 2000). Los primeros grupos de cazadores recolectores y posteriormente quienes pertenecían a una estrategia agropastoril, ocuparon diversos ambientes en la cuenca, asentándose probablemente en verano en sectores cordilleranos que en invierno vivió en los valles bajos y que en el verano practicó una trashumancia estacional, perteneció progresivamente tanto a las culturas Bato-Llolleo, Aconcagua. y, finalmente, Guaquivilo Esta trashumancia los llevó a los cajones cordilleranos, tanto para la caza como la recolección de frutos (Arrué 2000). Para el período histórico, algunos autores, basados en archivos de la época, sitúan en estos cajones cordilleranos a un grupo denominado Chiquillanes, que practicaban la extracción pampeana (Latcham 1928) y manejaban el fuego de una forma prolija (Medina 1952), por lo tanto sería posible atribuir la práctica cultural de manejo de fuego a los eventos de incendio hasta 1600.

A partir de 1604, esta cuenca fue utilizada por la orden Jesuita con fines principalmente ganaderos y una incipiente minería hasta 1665 (Fuenzalida 1919). A partir de fines del siglo XVIII esta zona de la cuenca se subdivide en haciendas y es traspasada a propietarios privados que prosiguieron utilizando el área extensivamente en actividades agrícola-ganaderas (Echevarría 1988, Falabella 1994, Arrué 2000). La intervención antrópica en la zona se manifiesta a través de tocones, fragmentos de madera seca con rastros de carbón y cicatrices en la corteza de árboles vivos (Le Quesne et al. 1999, Le Quesne et al. 2000). Éstas se presentan el la parte oriental del cajón Cipreses, mientras que Barría (2007) menciona las mismas evidencias, pero en la parte poniente de este cajón, específicamente en el rodal adyacente a los antiguos corrales de URC. Estos corrales fueron usados por los arrieros para juntar al ganado en épocas estivales a partir de fines del siglo XVI hasta fines del siglo XX (Cuadro 1). Las diferentes familias que fueron dueñas de este territorio, concentraron sus recursos en la cría y venta de ganado, en especial del bovino. Para ello comenzaron a intervenir fuertemente el medio ambiente circundante, en especial los valles que se emplazan en los cajones que conforman la cuenca del Cachapoal (Yrarrázabal, 1940; Arrué, 2000).

Las entrevistas realizadas, que abarcan aproximadamente los en la cuenca para calefacción, cocina, ubicación de arrieros, despeje y búsqueda de animales. Según los entrevistados, estos incendios fueron originados en forma natural y antrópica, los cuales podían ser, a su vez, accidentales e intencionales. No se logró obtener con precisión la fecha de los incendios naturales, mas lo relevante es la confirmación de los entrevistados de la presencia de este tipo de fenómenos en esta zona.

Ya en el siglo XX, las remodelaciones y construcciones de casas patronales marcan este período. El uso del ciprés para estos fines es ampliamente documentado. El traslado de esta noble madera se realizó por vía fluvial (Arrué, 2000). Don Andrés Bustamante es el último dueño de la hacienda Chacayes, quien concentró su producción ganadera en ovinos, reemplazando al bovino por 8.000 cabezas de ovejas. Luego de la expropiación de los terrenos de la cuenca por parte de la CORA en 1967, en esta zona se emplaza la Reserva Nacional Río de los Cipreses (RNRC), superficie perteneciente al SNASPE, destinada a la conservación de la flora, fauna e historia de la cuenca andina de río Cachapoal.

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